Pobres criaturas, ricas experiencias

Cometí el error de ir al cine con mi hija de 17 años, había leído el argumento de Poor Things sin imaginarme que iba a ser tan sexual. Fuimos movidos por las 11 nominaciones al Oscar que ostenta y por la entrañable Emma Stone, protagonista de grandes historias pero sobre todo, poseedora de un carisma inigualable. Trataré de ser objetivo y no recordar la terrible incomodidad ante mi hija, para analizar una de las obras maestras del director griego Yorgos Lanthimos.

Lo primero que me llamó la atención fue el tratamiento visual, parecía que estaba dentro de una pintura renacentista, a pesar de que el argumento es bastante extraño, lo visual se amalgama con lo auditivo y con el concepto en general: brillante. Muy al estilo del director, la poco convencional música incidental (score) casi hiere los tímpanos para acompañar los pasajes más dramáticos y oscuros de la cinta. Lanthimos ya había demostrado maestría en la sorprendente El sacrificio de un ciervo sagrado, a pesar de que se toma su tiempo entre obra y obra, es uno de los directores emergentes de moda, junto con Ari Aster y Jordan Peele.

Siempre es reconfortante admirar al consagrado Willem Dafoe en el papel del científico loco, no tan loco Dr. Godwing que juega a ser Dios con destellos de Frankenstein, a la ya gran estrella Emma Stone con toda su capacidad histriónica, voz grave y movimientos graciosos (en La La Land estuvo fantástica); pero quien se roba toda la admiración es Mark Ruffalo en el papel del infame abogado Duncan Wedderburn, qué pedazo de actuación que se manda: sobrio, aplomado, gracioso, dramático, cínico, vulnerable, villano, héroe y filósofo. Todo en uno para una intervención mágica que demuestra una madurez actoral infinita. Justa nominación a actor secundario, me atrevo a decir que es el único premio que desde ya, tiene dueño.

El vestuario, edición y diseño de escenografías es realmente sorprendente, convirtiéndose el film en un proyecto integral digno de aplausos. una historia que no es para cualquiera, retorcida, salvaje e impredecible pero, al fin de cuentas, adorable. Una verdadera oda a la libertad, la resiliencia y el sentido de la vida. Creo que algunas escenas sexuales se pudieron evitar aunque otras eran muy necesarias para contar la realidad de Bella, como cuando trabajó de prostituta en París o como cuando descubrió su propia sexualidad de manera impredecible. En definitiva, un viaje necesario, delicioso y esencial, para cualquier cinéfilo que se jacte de serlo, pero también para cualquier humano que mantenga dudas sobre su existencia.

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