Amigos imaginarios: ¡simplemente adorable!

Amigos imaginarios (IF) es una de esas películas que te abrigan el alma. Cuando abandonas la sala de cine sales con una sonrisa, con más esperanza en la humanidad y con ganas de ser mejor persona. Su director, productor, guionista y actor es nada menos que John Krasinski, antiguamente conocido como el esposo de la famosísima Emily Blunt pero que hace tiempo se abrió su propio camino en la industria. Detrás de ese hombre orquesta, al que yo solo le falta llevar los cables y hacer cámara, hay una trayectoria de mucho trabajo y sobre todo, de mucha osadía. Desafiando siempre a los grandes estudios de Hollywood, Krasinski fue calando poco a poco con propuestas novedosas (como la taquillera A quiet place) hasta llegar a tener ya un nombre respetable en la palestra fílmica, muy lejos (y a la vez, cerca) de su mediática esposa.

Parecería ser la típica película para niños, que combina el live action con la animación, pero diría que incluso tiene más efecto en los adultos. La adorable historia de los amigos imaginarios buscando a sus antiguos niños que ya crecieron, es simplemente encantadora y nos hace olvidar inclusive que Ryan Reynolds está en el elenco. Lo tiene todo para ser una historia que se recuerda de por vida (al estilo ET o El Rey León), su guion es sencillo pero contundente, con puntos de giro perfectos, exposición, desarrollo y desenlace bien marcados, con un clímax emocionante y sorprendente. Visualmente es maravillosa, con un CGI impecable, para nada exagerado y realmente cautivador, describe los mundos que solo un niño puede concebir y que son olvidados para atender nuestros aburridos menesteres de la adultez.

Todas las criaturas tienen su propia personalidad, de acuerdo a la de cada uno de sus queridos ex compañeros humanos, que los dejaron para seguir el doloroso camino de crecer, sus voces incluyen a varias estrellas como Steve Carrell, Matt Damon, Sam Rockwell y la propia Emily Blunt. Pero el verdadero valor de esta historia es el ejercicio de reflexionar sobre nuestra propia existencia, sobre lo que hemos dejado atrás y si hoy realmente somos felices. Es inevitable viajar en el tiempo y recordar nuestra niñez, aunque la mayoría de nosotros ya no recordamos siquiera quiénes eran estos seres que nos acompañaban en nuestros juegos. Mi hija de 17 años solía asustarme con su amigo imaginario Pepi, con el que hablaba en mi delante y decía que él estaba justo a mi lado. Hoy ya es casi una adulta, me acompañó a la sala de cine, lloramos como niños y el corazón se nos hizo chico frente a la pantalla grande.

En definitiva, entretenimiento de pureza absoluta, para toda la familia, pero sobre todo para los grandes, los que han perdido la creatividad, la capacidad de soñar, los que viven agobiados por una vida que no les gusta, los que sienten que Dios los abandonó, los afligidos de mente y de espíritu, para los huérfanos de amor, para los que esconden una lágrima detrás de una sonrisa, para ti que querías ser actor cuando eras niño y hoy te pudres detrás de un escritorio, para mi que solo veo infortunio cuando florece la oportunidad, para nosotros que somos sin ser, que actuamos sin jugar, que abusamos de la seriedad, para todos nosotros… que simplemente dejamos de amar.

Salí del cine inspirado y con ganas de cambiar mi vida, de cambiar el mundo, pero tenía que presentar un aburrido reporte al siguiente día y tenía que atender a mis padres enfermos, dejar a mi hija en una fiesta y asistir obligado a un curso horrible. Después de todo, ¿quién en su sano juicio tiene tiempo para sí mismo?

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