El diablo es puerco… y nocturno

Las redes sociales y el cable han popularizado y globalizado en toda Latinoamérica programas de entrevistas como los de Jimmy Fallon o su tocayo Jimmy Kimmel, pero en Estados Unidos han sido una tradición desde que aparecieron en la TV por primera vez allá por los años sesenta. Nombres como Johnny Carson, David Letterman y Jay Leno acompañaron cada noche a las familias gringas y se hicieron tradición casi religiosa mediante estos famosos Late Night Shows. Precisamente, este era uno de los últimos temas que le faltaba conquistar al género del terror y el resultado ha sido agridulce, por decir lo menos.

El terror ha estado presente en el espacio, en lo profundo del mar, en el Vaticano y hasta en las fiestas infantiles, pero la idea de una posesión demoníaca en vivo y en directo, con toda la parafernalia televisiva, realmente promete. El planteamiento argumental de Late Night with de devil (De noche con el diablo en español) podría ser novedoso pero recae en ciertos errores imperdonables que frenan su escalada al nivel más alto del ranking. A continuación las razones:

El argumento es sencillo pero impactante: un exitoso Late Show ha preparado un programa de campanillas para la noche de Halloween, los invitados están listos, un clarividente, un escéptico y una parapsicóloga acompañada de una adolescente, única sobreviviente de un suicidio colectivo en un rito satánico. Las cámaras están siempre encendidas, por lo que el metraje se convierte en un falso documental que llega a transmitir la angustia de los presentes. No se puede evitar sentir a la historia como una gran parodia a estos shows que transmiten diversión fofa a las masas y que matan neuronas de un público más exigente.

El misterio y el misticismo están siempre presentes y a medida que pasan los minutos, la trama parece convertirse en un eterno preámbulo de los que está por suceder. Es inevitable, al ver la posesión demoniaca de la chica, la comparación con el Exorcista y el sinnúmero de imitaciones fallidas del gran clásico que se perdieron en el mar del olvido cinematográfico. Se espera demasiado y se recibe muy poco, aunque el final no desentona y cierra de una manera más digna un proyecto insípido. Las actuaciones son bastante discretas, los efectos de maquillaje están muy bien logrados y la ambientación de los años setenta con un filtro avejentado nos transporta con éxito a esa década, donde todo era novedad y no existían los clichés porque recién se estaban cocinando..

En definitiva, la película de los hermanos Cairnes es una buena opción para un sábado en la noche cuando todos tus planes han fallado. Si la ves con las luces apagadas y te concentras para meterte en la trama, es probable que tengas uno que otro sobresalto. Si tienes suerte, nunca verás los Late Night Shows con los mismos ojos, esperando que un desmembramiento cruce la velada, llenándola de sangre sintética y buenas intenciones.

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