
El Contador ya nos sorprendió en 2016. Un experto en economía y finanzas con autismo, tiene una empresa fachada que esconde su verdadera actividad: descifrar los libros de organizaciones criminales y terroristas de todo el mundo que están experimentando malversación interna. Por obvias razones, el trabajo es muy lucrativo pero peligroso y muy pronto Christian Wolff (Ben Affleck) se ve perseguido por la mafia. Sin embargo, debajo de esa apacible personalidad, se esconde una máquina de matar que ha sido entrenada por su propio padre para no dejarse de nadie. Por otro lado, su inescrupuloso hermano Braxton (Jon Bernthal), que sí es un despiadado asesino a sueldo, se une a él para combatir las amenazas con métodos poco ortodoxos. Este es el argumento que encuentra su continuidad en esta segunda entrega dirigida por Gavin O´Connor, entregándonos una historia mucho más explosiva y recargada.
La naciente franquicia siempre tuvo un buen elenco que incluyó a Anna Kendrick en la primera entrega y a J.K. Simmons en ambas partes. Es la primera vez que se le entrega todo el protagonismo y la fuerza a un personaje con esta condición, que últimamente ha estado muy visible gracias a los adelantos de la ciencia y los estudios recientes. Por supuesto, la parte social de Wolff es nula, por lo que siempre los chistes, la ironía y la simpatía recaen en su hermano. La trama de codicia y corrupción crece de forma exponencial, y con ella, la adrenalina y el vértigo. A Ben ya se le notan los años (le cayeron todos de golpe desde su última relación con JLo), pero todavía mantiene ese encanto que lo hizo mundialmente famoso en títulos como Pearl Harbor, Armaggedon y la Liga de la Justicia, a pesar de no hablar casi en toda la película.
La curva dramática del personaje principal es muy bien manejada por el guionista Bill Dubuque, y marca la evolución, desde un tímido y condicionado ex paciente de un hospital psiquiátrico, hasta convertirse en un asesino despiadado y calculador. Me recuerda mucho al camino que también recorrió Walter White en Breaking Bad. Esta vez, Affleck se enfrenta a una asociación delictiva europea que opera en USA con trata de blancas, lavado de dinero y otras actividades ilícitas. En la frontera con México, se pone en juego la vida de varios niños latinos que han sido secuestrados para obligar a sus madres a prostituirse, lo que le aplica una tensión especial a la ubicación y rescate de los mismos. Afortunadamente, el héroe cuenta con su capacidad prodigiosa para procesar números y estadísticas, además de un equipo remoto tecnológico de élite conformado precisamente por niños.
En definitiva, una historia que cumple, sin ser superlativa. Algo que parecería banal en estos tiempos, pero después de ver ciertos bodrios promocionados a nivel mundial, con presupuestos inflados como globo aerostático, no suena tan mal experimentar un poco de balaceras, brazos rotos y sangre en el suelo. Ya hemos descansado bastante de los Rambo y los Comandos, necesitamos un poco más de parafernalia hollywoodense para saciar nuestra ansia de vivir lo que no podemos…