Longlegs: El diablo está en los detalles… y en la taquilla

El solo hecho de ver en Longlegs a Nicolas Cage transformado en un monstruo llama la atención de todo cinéfilo que se respeta. Y es que la carrera de este gran actor lo ha tenido todo: desde un Oscar hasta graves problemas de adicción que casi terminan con él. Hasta hace poco, lo vimos aceptando papeles deplorables en películas clase B solo para sobrevivir, pero ha sido rescatado como muchos otros, para glorificar el séptimo arte con su trabajo lleno de sabiduría y experiencia. No es el primero en resurgir como el Ave Fénix: John Travolta, Mickey Rourke e incluso el mismo Al Pacino experimentaron esa resurrección de manera inexplicable para volar aún más alto, gracias al último ápice de confianza de algún arriesgado director.

Ese arriesgado director es Oz Perkins (I´m the pretty thing that lives in the house, Gretel & Hanzel), también actor, hijo de la célebre estrella de Psicosis, Anthony Perkins. En una producción bastante modesta y con una historia que parece ser una más de asesinos seriales, logra darle un toque realmente terrorífico y transmite al espectador la angustia que tiene su protagonista, Lee Harker (Maika Monroe) de ser observada y vulnerada por algo demoníaco. Este fue el papel perfecto para Cage, porque detrás de ese horrible maquillaje entre albino y desfigurado, puede dar rienda suelta a todo su histrionismo, dándole al personaje características perturbadoras.

El malévolo depredador Longlegs aparece pocos minutos en el metraje (al estilo Tiburón de Spielberg), pero es suficiente para perturbar (eso sí, con la ayuda magistral del sonido incidental) hasta al más sereno espectador. El tratamiento visual es también muy atractivo: predomina un rojo sangre, el diseño de los créditos y ciertas partes del film evocan a un look setentero de bajo presupuesto que es muy pertinente para la trama. La banda sonora es una exquisitez: la casi olvidada banda de glam rock llamada T-Rex (por lo menos yo no la conocía) le pone el ritmo a los momentos más importantes del film, convirtiéndose en otro acierto importante de los creadores. Existen ciertos símbolos novedosos como un retrato de Bll Clinton en la oficina del FBI, indicándonos la época en que está ubicada la historia (década de los 90s), además de múltiples fotogramas donde supuestamente aparece el mismísimo Satán, unas veces más sugerido y otras, más obvias.

En estos tiempos, donde las películas de terror ya no asustan, Longlegs se erige como un verdadero revulsivo entre las propuestas del género, y aunque el satanismo y los asesinos en serie van en franca decadencia (la tecnología impide que salgan impunes por tanto tiempo), no cabe duda que los elementos de este film están completamente amalgamados. Existe una frase que se le atribuye a Gabriel García Márquez: “No creo en Dios pero le tengo miedo”, quiero virar la tortilla y expresarme acerca de su opuesto, grandioso protagonista en segundo plano de esta cinta: “El diablo está en los detalles… y en la taquilla”.

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